Well, I just want to walk right out of this world,
‘Cause everybody has a poison heart.”
Ramones
And he was rich—yes, richer than a king—
And admirably schooled in every grace:
In fine, we thought that he was everything
To make us wish that we were in his place.
Edwin Arlington Robinson
Según Wikipedia, Gary Smith[1] descubrió el cuerpo muerto de Kurt Cobain, en su casa de Seattle el 8 de Abril de 1994.
Según mi memoria, la nota me encontró almorzando y fue transmitida en uno de los tantos noticiarios de ese experimento de la televisión mexicana llamado “ECO” que se transmitía en el canal 2. Recuerdo que la foto que mostraba la pantalla era una que mostraba un cuerpo (al parecer el de Cobain) inerte en el costado izquierdo del recuadro y el de una persona más arrodillada a su lado, al centro, como recogiendo algo mientras la silueta de una tercera persona nos da la espalda.
Según la historia, ahí terminaba la vida del último ídolo global de la época previa a la masificación de internet, pues es seguro que en el mundo moderno no existirán las condiciones para que vuelva a existir otro.
A partir de ese momento, se crearon artículos y documentales tratando de explicar las razones que pudieran llevar a alguien tan influyente en la cultura popular a quitarse la vida.
Y poco a poco, todas han ido construyendo el escenario perfecto para la representación de esa tragedia griega cuasi moderna de la cual Cobain ha sido uno más de sus representantes: El éxito comercial y popular como condena de vida.
Como un ícaro demediado (en el sentido en que podría decirlo Italo Calvino) que se debate entre volar o no cerca del sol ante la abulia de sus propia existencia , Kurt Cobain prefirió quitarse una a una las plumas de sus alas hasta deshacerlas en el momento justo en que el sol proyectaba su sombra en el horizonte mundial para caer al vacío ante la mirada horrorizada (y no) de todos aquellos que creyeron que él era un guía autorizado para hablar del pánico que produce la vida y sus libertades.
Sin embargo, el horror de esa imagen, no se produce por el acto del suicidio, sino porque pone en tela de juicio el principio de la felicidad que se alcanza, supuestamente, cuando se logra el éxito económico y social que se nos enseña a perseguir desde que somos unos niños. Nos parece extraño y siniestro que alguien que “lo tenía todo” haya tomado la decisión de bajarse del barco brincando desde la popa sin mayor protección que la que da el cuerpo en la intemperie, aún cuando viajaba en primerísima clase .
Y ese es precisamente el error.
Porque si algo se puede sacar en concreto de todos los documentales, películas (como “Last Days “ de Gus Van Sant o “Montage of Heck” de Brett Morgen), libros et al, es que Cobain como muchas otras personas en el mundo, evaluaba la vida a partir del “todo porque morir” como si se tratara de una balanza que acepta moverse a partir de números negativos.
Parte del gran pecado de la recolección masiva fustigada por el país que lo vio nacer, recae en que la vida también se cotiza en dólares y tomarla está al alcance de quien quiera y pueda pagarla. Sin mayores preguntas y sin opción a devoluciones.
Kurt Cobain decidió buscar la luz al final del túnel y seguirla hasta el final.
Luego los demás, encontraron que hacer con sus memorias, recuerdos, sonidos, fotos y dudas, porque eso es el alimento que mantiene viva la alopécica memoria de the land of shaked milk and fat free honey pero de eso el ya no tiene la culpa, como tampoco la tiene sobre todas esas teorías que se han creado para convertir su muerte en un asesinato. Sin embargo como pasa con todos los que toman esas decisiones, Cobain sí es culpable de que nos quedemos con una pregunta sin respuesta:
Si la libertad es un arma de dos filos o en casos como este una escopeta con dos cañones, ¿cuál es el lado con el que podemos convivir?
[1] Un empleado que tenía la encomienda de instalar un sistema de seguridad en la casa de Cobain. Irónicamente, el sistema de seguridad que Kurt hubiera necesitado era uno que lo protegiera a él mismo de sí mismo.
TEXTO: Julio Caballero
ILUSTRACIÓN: Rodrigo Palafox Quiroz
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